Dar forma a una estética propia, esperar a
que dé flores y luego repetir fórmula en múltiples variantes a lo largo del
tiempo es el resumen de lo que una mayoría de autores entiende como un proyecto artístico. En el caso
de Gonçalo M. Tavares (Luanda, 1970) abundan los motivos para
no temer la aplicación de esa tortura, al contrario, se ha mostrado a lo largo
de su producción indagador, mutante, con esa intranquilidad del que comprende
que nada puede darse por definitivo, menos aún en el ámbito de la estética.
Prueba de esa actitud de duda sistemática y reformulación la encontramos en
el “Libro de la danza” (Kriller 71) una obra indócil que,
contra lo que podría suponerse, es de creación anterior a todas las ya
publicadas ―con éxito― en España. El propio autor la define como “investigación”, su editorial
la presenta ahora como “poesía”
y puede explicarse sin conflictos como una propuesta aledaña del aforismo
(dicho sea de paso, sólo faltaba que tuviéramos que vérnoslas con la teoría de
los géneros a estas alturas). Leído ahora que tenemos buena parte de su obra
accesible en España ―como en otros 45 países― el “Libro de la danza” adquiere
mayor relevancia y se convierte a la vez en suministrador de claves que nos
permiten valorar a Tavares con justicia, cuando parece que una
lluvia de premios ―todos los portugueses los tiene― quiera difuminárnoslo.
Júlia Studart, poeta y profesora de la Univ. de Río, traza en el prólogo una línea que
pone en conexión esta obra con “La gaya ciencia”, de Nietzsche. Porque
allí el bigotudo y prusiano filósofo echa mano del saber alegre que
representa el amor
cortés como réplica del nuevo modelo de mundo que cuajará en
el Renacimiento, y que se define por oposición al saber grave e
incontrovertible de la religión y el orden moral que sustenta. “Nuestras
primeras preguntas ―dice Nietzsche― sobre el valor de un libro, una
persona, una música rezan así: ¿sabe
andar, o mejor aún, ¿sabe bailar?”. La insinuación es jocunda,
efectiva como un matasuegras en la cara de un registrador de la propiedad: caminar es el movimiento
de la gente bien, pero bailar es
mucho más loco, porque incluye el placer, la alegría, todo eso que la caspa
repele por inductor de la disolución. En esa metáfora del baile alegre
encuentra Tavaresla ocasión idónea para pensar la vida y sus
conjuntos desde una perspectiva libre, sin otra deuda que con la alegría que
reclama para el hombre. “La vida es un experimento del que conoce”, dice
también Nietzsche en “La gaya ciencia”. Y por lo
que vemos en “El libro de la danza” Tavares lo
asume con todas las consecuencias.
Tavares asume,
entonces, una vocación de conocimiento. Pero no habrá forma de llevarla a cabo
si no es desasiéndose de toda coerción moral, o cultural, religiosa o histórica
―en la medida en que eso sea posible―. Para mirar a cara descubierta a la vida
y sus componentes ―los bailarines del
libro― que ejecutan como saben, o como imaginan que debe ser un modo
existencial ―su danza― ese requisito de libertad es innegociable. El camino que
deberá seguir Tavares en ese proyecto será por fuerza una
senda arbitraria, sin más programa que el de la intuición, para sondear los
diversos aspectos de la realidad como haría un aforista. O un ensayista de la
línea Montaigne. En ese tanteo ―en esa danza― hay que superar
ese prejuicio básico de nuestro pensamiento occidental por el que el hombre se
considera preeminente: no es centro de nada el hombre, no es el Master del
Universo: “dominar primero el instinto de/ dominar la naturaleza”. Más
adelante, como en un intento de neutralizar cualquier delirio de grandeza,
recordará: “Al cuerpo al que le faltan Movimientos lo llamamos/ INcompleto./ Al
otro lo llamamos dios”. Y evidentemente el cuerpo INcompleto somos nosotros,
simples peones de la historia, aunque reales, porque “Dios no se exhibe” ―acota
con ironía―. Un buen antídoto frente a los delirios de grandeza que
periódicamente nos intoxican consiste en detenerse a considerar nuestros
límites, “El problema”: “Ejecutar y esculpir el problema de la imposibilidad de
prohibir/ la enfermedad”; “Esculpir en los átomos el gran Problema/ ejecutar el
problema de la imposibilidad de prohibir la Muerte”. La metafísica, en fin,
habría dado otros frutos a poco que el filósofo hubiese caído en la cuenta de
que un solo puñal, “el PUÑAL puede interrumpir la Coreografía-VIDA pero el/
PUÑAL no puede interrumpir la coreografía-MUERTE”. Si algo permanece de tantos
prohombres del pasado, eso es su coreografíainterrupta
y casi siempre mediocre.
Le llega el turno al sofisticado constructo
religioso-filosófico sobre el que se hincha el ser humano, y Tavares no
se va a retener de fustigarlo: “la proporción está muerta./ la geometría trae
tristeza./ la matemática es imposible (…) el cuerpo es la biografía de las
últimas horas de la CARNE al frente de la técnica”. ¿Qué decir, entonces, de la
Estética, cuál es el peso específico que le adjudicamos en este asunto de la
existencia? “Lo importante es la belleza de lo Imposible”, dice como simulando
una respuesta. Si algo levanta al ser humano sobre su menuda condición es
precisamente su valentía para intentar un nuevo paso de danza que nadie antes
haya intentado, su salto mortal frente a sí mismo: “el ERROR el error sólo
comienza al corregirlo, cometer un error y avanzar no es cometer un error: es
avanzar”. Hay que asumir los límites, parece decir Tavares, asumir
la carne, la enfermedad, los flujos y las heces ―lo que es ostensible y nos
define―: “la ORINA sale al lado de los Hijos y los Hijos al lado de las heces”.
En esa cualidad medible es donde se halla el origen del léxico, lo que no deja
de ser sintomático: “Vocabulario de las manos y de los dedos. Vocabulario de
las Piernas, del Corazón (…) alfabeto del calor y de las aguas, alfabeto del
pelo y del útero”. Al fin se impone la evidencia de que un bailarín ―todo bailarín―
no es más que un pleonasmo, una redundancia innecesaria: “2 testículos/ 2
ovarios/ 2 senos/ 2 pulmones (…) Una Muerte”. Luego la asimetría, lo
excepcional, eso es la muerte. Ahora sí, el bailarín está en condiciones de
desentrañar, si no el sentido de su vida, al menos su urgencia. Y su urgencia,
aunque tal vez esté feo decirlo, es la Alegría: “Contribuir a la población de
los Alegres. Tener Hijos en la población de los Alegres”. Vivir el cuerpo
mientras dura, “tener en el cuerpo un único sistema que desespera y salva”. La
conclusión de toda esa encuesta se acaba imponiendo, y al final cabrá en un
solo verso: “la felicidad es más importante que la realidad, por lo tanto”.
La traducción y edición de este “Libro
de la danza” permite comprender mejor la extensa-rara-diversa-lúcida
propuesta literaria de Tavares, que aquí hemos conocido en su
vertiente más narrativa. Varias de sus obras son recorridos inesperados sobre
los temas y obsesiones de sus autores fetiche (Valéry, Brecht, Juarroz, Calvino, Walser, Elliot...),
y recientemente han sido agrupados bajo el epígrafe “El barrio” en
la edición de Seix Barral (2015); en otras ocasiones ha transitado el lado
violento de la experiencia humana, con la tetralogía “El Reino” (“Un
hombre: Klaus Klump”, “La máquina de Joseph Walser”, “Jerusalén” y “Aprender
a rezar en la Era de la Técnica”); ha ensayado una epopeya moderna de
trazada joyceana en “Un viaje a la India” (Seix Barral, 2014),
ha incursionado en el lado menos amable del hombre en sus “Libros
negros” (de los que en España tenemos hasta la fecha “Agua, perro,
caballo, cabeza” (Xordica, 2010), ha puesto en marcha una “Enciclopedia” de
reflexiones personales, las “Breves notas sobre Europa” (CCCB,
2014), y añádase a todo ello que también ha cultivado la poesía, el teatro,
un “Atlas del cuerpo y de la imaginación”, etc. etc. Toda esa
materia literaria desarrollada en años siguientes ―y todavía en proceso― se
encuentra de alguna forma justificada y condensada ya en este “Libro de
la danza”, lo que da, además, un valor inesperado al libro como compañero
de todas las otras lecturas.
Inteligente y seductor como se ha presentado
aquí, del “Libro de la danza” no debe esperarse un prontuario
de frases para recitar, ni fragmentos versionables en modo canción, y no sé si
eso se compadece con un país que considera a Benedetti la
esencia de la poesía y que eleva a Marwan como líder de ventas
en el ramo. Es, de eso no hay duda, una obra mayor de la poesía europea actual,
con una vocación iconoclasta que la conecta con lo mejor de la vanguardia S.
XX, y que milita decididamente en el lado de la subversión. Dentro del catálogo
de Kriller 71 es perfectamente entendible junto al conceptualismo americano
de Charles Bernstein, las propuestas arriesgadas de Mary Jo
Bang, la ironía cool de Ben
Lerner o las nuevas voces brasileñas de Arnaldo Antunes y Ricardo
Domeneck. Falta saber si también entre el público acostumbrado a un tempo poético como el
nuestro encontrará la acogida que se merece. En este caso le avala su propio
nombre, que cuenta en España con una legión de seguidores (lo sepan o no, a
estas alturas ya todos danzantes).
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