Sobre De ruidos para construcción y orquesta
zindo & gafuri, 2016
Este volumen de
Winter (Chile, 1982) publicado en Argentina por Zindo & Gafuri, reúne los
libros de poemas Guía de despacho y Lengua de señas, bajo el título común, De
ruidos para construcción y orquesta. El libro entonces posee dos alturas, una
primera parte (Guía de despacho) con una frecuencia vibratoria más densa y
grave, y, una segunda parte (Lengua de señas) de altura y movimientos más
agudos. En esta pieza de dos movimientos, Winter se ubica en el pentagrama como
clave de Sol de sol solo, por supuesto, porque así el poeta arma su sistema
solar: “Una vez me dijeron que era un sol”,
dice en el poema Soles. Esa soledad en Guía de despacho, enuncia en clave de
puerto y de registro, una posible historia de una familia ciudad, de un puerto,
en este caso el de Valparaiso donde vive el poeta: una pieza densa como un arco
de cello sonando contra el casco de un buque lleno de aceite de ballenas: un
poemario emplazado en la arquitectura imposible de “Dos zapatos izquierdos”, donde los dibujos y los edificios se
ponen de pie a sabiendas de que “La pega
de mi papá consiste en que no se caigan”. En el poema MONITOR se puede
advertir el uso del canon para traer la voz de una carta de despecho o desamor
a la cual responde la voz de una instrucción para electrodomésticos que
advierte, “En el interior, no hay piezas
reparables por el usuario.” Lo inútil, el chocolate, un perro flotando en
una piscina, la memoria, la perpetuidad hecha fragilidad, el mercado diciendo
Soy, todo se hace música incidental, música doméstica, música de humor negro. Como
en el poema IMOTO donde Winter da cuenta de las siete diferencias entre dos
abuelos suicidas, uno de ellos su propio abuelo. La MÚSICA como titula el poema
de la página 0114, la fotografía y la pintura dan cuenta de un siglo solitario
y familiar, de un viaje de voz, de un mar de cereales y cuerdas que lo lleva a
decir, “Soy absolutamente libre (y me
arrepiento).” Tal vez para que no llegue la danza definitiva y acabe con la
orquesta, “La ola es un cerro enorme que
llega al camino/ y desploma a quienes cargan quintales de harina/ como si
fueran aire”. Fin de la primera parte.
Lengua de señas,
DESPLIEGA ALAS DE SERRUCHO desde el título del primer poema. Así la orquesta de
Winter, rasga la tela. La tela parece ser la medida “y el recuerdo puede ser instantáneo”. La medida del signo en su
multiplicidad genera la melodía de esta construcción ruidista. En la página 69,
el sonido se apaga y da paso al silencio en la mano del director de orquesta: “UNO ELIGE UNA MANO QUE ATRAPA UN PÁJARO /
el pájaro es uno”. Winter sabe que ante tremendísimo breve solo, solo queda
la performance. Construye “un telar
aglomerado como nata de leche” y abre su telaraña de viaje por Estados
Unidos donde estuvo cursando estudios en literatura creativa, por labios, “velas náuticas cuando la ventolera va por
dentro” porque “la mano de una es una
araña/ y en la cabeza de otra teje”. Winter es el arácnido que nació del
sol y alteró la partitura. Las señas se multiplican como ocho brazos:
gentrificar el cielo, “mirar el país
desde arriba un escote”, en una playa llena de parientes, tal vez la orquesta
fantasma o las orejas heridas, “creaturas”.
Criaturas de un cuadro de Lichtenstein declamando al interior de un bar pintado
por Hopper. DICE LOS HOMBRES AMAN CON LOS
OJOS/ y las mujeres con las manos/ quiere que estas imágenes puedan tocarse/
sus dedos las pestañas/ del puño que es el párpado cerrado/ la palma abierta
ve/ y lo demás es una orquesta”. Los sentidos, las señas de este libro,
mitad despacho, mitad lengua nos lleva desde el mar y su ballenera a la nieve
que nos mira. Música arponada en el pasado para una orquesta de señas
simultáneas como patas, fechas y horas que al llegar al final, en su coda,
repasa los títulos en un para-meta-híper-inter y a su vez palimpsesto llamado
ESTA BOCA ES UN MARCO DE LA LENGUA DE SEÑAS, que cierra esta obra polifónica de
Winter entre el teatro y el museo.
Martín Barea
Mattos
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