Noe Vera sobre Intimidad del mundo, de Cecilia Eraso


PUBLICADO EN REVISTA CAMPOTRAVIESA
NRO 3 - VERANO




Todo tiempo hablado es crimen




“Esta mole infinitamente complicada y viva está en perpetua agitación;
hombres, vehículos hasta objetos inánimes se diría que andan
por una necesidad intrínseca de andar”
Ezequiel Martínez Estrada. La cabeza de Goliat, 1940.





Los libros de Cecilia Eraso escriben la ciudad (o mejor dicho desde) el atolladero, el ruido porque así es como suenan las calles donde se enfrentan los estilos, se dice en Pistas (Determinado Rumor, 2011) y en Plutón canta (Editorial Funesiana, 2010) “martillos ruedas vecinos cumbias niños/fantasmas mandatos ceceos juergas” son el ruido en la oreja que la voz lírica intuye materia de su arte. Las voces en los libros de Cecilia Eraso buscan el ritmo propio para rescatar de las fauces de la vida urbana lo importante, lo trascendente. Como si los poetas tuvieran algo del oficio de los aurúspices: ir a la entraña del animal para leer lo que va a pasar, lo que debe ser dicho, lo que permanezca. Hay un afán por rescatarse yendo (¿volviendo?) al interior. “Existe un mundo adentro, transcurre bajo el ala /compasiva de lo visto pero es otro” concluye Isolario (La cartonerita solar, 2010) y en Plutón canta se toma “un fotón para la posteridad” un flash que habla de instantes perdidos de lo originario, retrata detallada a la naturaleza, pelusas flotando en el cosmos... pero para oír las cosquillas de los abedules está antes la “obligación de hacer silencio”.

La de Simon y Garfunkel en The sound of silence, ésta es la poética que se define en Pistas. Eraso “toca el sonido del silencio” y la voz que abre el libro se prefigura como “ángel del rock, oídos absolutos”. Ese libro es casi un disco donde la autora elige poner a sonar canciones de su elección en el reproductor que mejor maneja: el de la poesía. Ritmo propio entonces y vocación por “ir más adentro del pecho/ al ritmo interno, al basamento”: todo estaba ya en sus libros anteriores, antes de la última gran promesa: Intimidad del mundo publicado este año por Zindo & Gafuri.

El libro abre nombrando un barrio: Almagro y dice que no todo es crimen, es decir, no todo es ruido y aunque de sus páginas pueda hacerse una lista de sucesos que atentan contra la sensibilidad de la vida civil como linchamientos, incendios, robos con rehenes, muerte de una obrera, cadáveres (hay cadáveres) humanos y animales, el objeto (la búsqueda) de la voz poética es otro.

“Ayer iba rápido y el perfume cálido de un arbusto me paró en seco…” Para sustraerse del ritmo totalitario de la gran ciudad es preciso correrse (volver al barrio como refugio se decía en Pistas) detenerse y hacer silencio para escuchar, prender el chip inteligente (el artificio) y “combatir el frío/ tu política azulejo y sombras” porque “lo que no crece entre baldosas es política”. En Intimidad se invoca a Martínez Estrada para pensar la ciudad, que es Buenos Aires, esa ”agitación sin hacer nada”, la gran cabeza del país que debía articular el porvenir de una nación y que en cambio tiene un destino de ser teratológico, condenado a vivir para sí mismo y no para la especie (para las provincias).

El yo poético de los poemas de Eraso, en cambio, piensa, escribe, se aboca a las palabras que no tienen descendencia, que la vida civil descarta (carteles que se olvidan al paso, nombres escritos en tortas decoradas, pizarrones que se borran al final del día) como si quisiera devolverles su vida perdida. Todo tiempo hablado es crimen, se dice en este libro, también como si hablar fuera un asunto del ego, que debe ser acallado un rato para prestar su oreja y oficio a la comunidad. Ya en Pistas se menciona como hallazgo la canción para la “generación desarmada” y en Intimidad leemos “el castigo por mi boca grande” y no hay un “yo” único, un Apolo que ordene el mundo. Hay más de una primera o segunda persona por poema, hay voces: de los otros, de los vecinos, mucho ruido mental (como la melodía infernal que Plutón canta al oído), diálogo de instituciones. Y ¿que se hace frente a este “unmontonsuciodepalabras”? se antepone un mantra de la acción “dejar de hablar hacer/ silencio” como si se creyera en una especie de poder performático del silencio.

Hay poemas que terminan en dos puntos como el número 31, después de que anuncia “entonces, vamos a hacer una cosa:” y el blanco que sigue en la página parece decirnos formalmente: Silencio es hacer. Sólo escuchando los sonidos del silencio pueden hacerse otras cosas. Hacer shhhh para ver y escuchar, para acceder a lo más íntimo. Así el rojo vibrante de las buganvilias calla el ruido de ideas viejas, se ahíjan perros abandonados, puro amor en acción, se oye el rebote casi imperceptible de las piedritas del gato, se evocan recuerdos de provincia, de otro tiempo y otras leyes, se sueña de a dos con el Apocalipsis en clave compartida de felicidad. ¿Hay algo más íntimo que un sueño? ¿hay algo más imaginado que uno sólo compartido?

Dice Daniel Link en Yo, su ensayo sobre la imaginación intimista, que la literatura presupone una comunidad de aquellos que han declinado la propiedad del “yo”. “La literatura es aquello que comienza cuando “yo” cesa de parlotear” y cita a Jean Luc Nancy “todo ego sum es un ego cum (o mecum, o nobiscum)”. Y así es capaz de crear esta autora un clima íntimo a partir de la máquina imparable de los días burócratas, entregándonos lo que es valioso escuchar, poniéndose al servicio a través de la poesía y poniéndonos ante la vista imágenes tan suyas tan íntimas que se vuelven nuestras “mientras afuera se cocina guerra/ adentro un coliflor/ y los ojos llenos de ese olor”. Si las crónicas se cuentan solas, a la intimidad se la construye. Dejándonos espiar mientras se espía y como efecto nos reconocemos, volvemos a conocernos, en aquello que creemos de antemano ajeno: “otro” porque mientras somos los lectores también nuestros ojos huelen y eso es un puro hacer de la poesía: la sinestesia es una figura de la retórica, no del mundo.

Hay un ritmo propio en esta poética del silencio que se toca desde el primero hasta el último libro de Cecilia Eraso y hay un silencio que hace: porque mientras los leemos olemos con los ojos y escuchamos también en la cocina (el corazón de todo hogar) ese vapor silencioso del coliflor salvador. Los leemos y entramos en contacto íntimo con el mundo y hallamos refugio mientras afuera hay sombra y truena el monstruo escandaloso en las calles de la postmodernidad.


4.
parece de repente un buen momento una buena
epoca podríamos incluso esperanzarnos y
olvidar las palomas aplastadas que conté esta semana
los gatos envenenados por los vecinos intolerantes
las pérdidas irreparables de la humanidad
en la que alguien creyó, un culto
a la máquina fatal
adelante


35.
¿vos sabes qué pensás del ruido
sus formas, todas sus apariciones?
ruido es el negro y la aparición del blanco
la estridencia amarga del cuatro y la pava
que no pusimos al fuego
el tecleo frenético y el fuego de la hornalla
mecido por el viento que de algún lugar
sale
(publicado en Intimidad del mundo, Zindo & Gafuri, 2014)



Noe vera







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